Epilogo incompleto.

Todo se precipitó a mis reencuentros contigo.
Fue una hecatombe de tiempo perdido acaso
un torbellino implacable de sueños Fortuitos,
errando al borde del abismo.
Descendiendo en su irreductible olvido…

La luna, solidaria quedó a mi ventana
y fue buena conmigo, sin saberlo.
¡Ay de aquellas noches en que faltara
en que tardara a acompañarme en mi sufrir!
¡Ay de aquellas noches!
Son los vinos más amargos;
Los rincones más oscuros en mis recuerdos.

Todo quedó como habías predicho
con tu clarividencia miope de horizontes.
De evidencias clandestinas, de libertad y vuelos lejanos.

¡Ay el amor! Ese espíritu indeleble
que fecundó la felicidad a aquellos instantes
que hicimos eternos.
El cual golpeamos fuertemente con nuestras inmadureces
su inculpable veteranía.

¡Ay el amor! Esa inalcanzable utopía
que nos alcanzó desprevenidos y sin tiempo.
Esa inexplicable sin rostro parecido y sin apellido.
Sin sexo, sin dueño
Sin síndrome de edad o fallecimientos.
Se alejó lentamente como le alcanzó la prisa.
Desistió de estos cuerpos moribundos
Y nos dejó tristes y errantes/ Cavilando.
Sangrando la terrible agonía
los desdenes de su eterno hospedaje.

Todo acabó como debía de acabar
En este cuento no compartido.
En esta soledad anticipada y reencontrada
nuevamente en sí misma.

Lo sufrimos todo.
Lo vivimos pie a la letra sin que inmutase una palabra,
o dos puntos suspensivos adheridos a éste final
Le dieran riendas sueltas
A la infame utopía que nos des-conquistó
y no pudimos alcanzar por falta de fuerzas.

Todo se precipitó, todo absolutamente todo.
La lluvia inesperada y sin abriles.
los caminos a sus sombrías farolas
tu pelo a su peine, mi rostro insulso a su espejo.
El desencuentro a sus vías.
El viento frío del invierno al estío
Los navegantes insomnes de tus ojos y los míos
Al Naufragio de aquel mar inconquistable del olvido.

Todo quedó en su ruina edificada…
en su migaja de destiempo
en su lágrima disecada.

Todo acabó.
Regresando taciturnos y cabizbajos
estos cuerpos que habitamos

en la nausea del nunca jamás
del posible imposible...

Hasta las costas del exilio incondicional de la soledad
que siempre (o casi siempre)
espera con sus puertas abiertas.

Si no es que chocamos nuevamente con el amor, ya preparados.
O con la muerte y su discurso fúnebre y silente.

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