Encadenados.




¿Cómo retornar si la distancia nunca estuvo
a menos de tres pasos de nuestra endeble alma?

En esos perpetuos segundos
hicimos efímeros el lapsus fatídico del tiempo,
cuando nuestras razones se perdieron
en algunos versos errados,
que escribieron nuestras manos
cuando más estaban airadas
ante irónicas conclusiones.
Hoy
se apagó la bruma que secuestró nuestros deseos,
con las luces que yacieron de las penumbras escondidas
detrás de nuestras manos.

Y volvemos encadenados
en el cálido respiro que se asienta entre las vainas
que moldean nuestros labios.

Y así conquistamos en tierras perdidas,
las razones para concluir
que nuestro amor nunca estuvo extraviado
entre el frívolo ventarrón
que alegaba nuestras sombras en cada paso.