labro inciertamente mi porvenir.
A ver caer en tu vejez la juventud
de aquellos rostros desmesurados
que recorren tus calles de esquina a esquina.
Juventud y niñez; niñez sin juventud
que venden su sonrisa
y una que otra mentira que corroe en sus bolsillos
las monedas de papel
que no curan las yagas ulceradas en sus vientres
y el des-porvenir que labran con sus manos
ya débiles y menguadas.
Déjame venderte mi sonrisa, claman con los ojos.
Para que la mísera paga que labran en las conciencias
sea el bienestar de lo sufrido,
de lo vivido, y lo soñado.
Yo , que a distancia les venero
y no dejo de pensar en ellos
al sentirme sumergido en su piel plegada de tardes negras
y en su caminar de noches largas.
Es la dolencia de sus desventuras,
que me condenan al hastío, y a las cicatrices
que de punta a punta erigen en sus sonrisas.
a fuerza de no gemir, de alegria y de Dios.
Déjame lustrar tus pies niño desventurado.
Y ver en ellos la condena que cicatrizas en tu rostro
que anheladamente mira la blancura de mis codos y rodillas.
Déjame cubrir tus heridas con el telar
de lo que fue mi inocencia,
y con lo poco de mi buenaventura
envolver tus pies descalzos.