Catarsis del desencuentro






Entre el cavilar y el desvelo que segaba mis noches, entraste en mí secando con tus manos las últimas gotas de rocío que mis ojos ya cansados y saciados de poblar mis mejillas estaban mojando.

Me hiciste creer en el amor, me hiciste creer y nada más. A pesar de que zumbó en mi ventana de principio a fin del mes, cuando se ausentaba la primavera en la piel de otoño que cubría entonces los huesos de este cuerpo frágil y delgado.

Deshiciste mis dudas, todas. Y con tus manos ligeras de plumas en el viento ataste mi pudor a tu puerto para que no navegase más al naufragio ponderado y concebido de aquella libertad errada de la que me liberaste.

Tejiste mis heridas con el poco de esperanza que colgaba en tus cabellos, llenando consigo a mis bolsillos de fortaleza, y ensimismando a mis hombros ya caídos.

Hiciste de mí un dios en el alta de tus deseos; en el frenesí del lecho que amparó nuestros cuerpos diste muerte clara de mí y la inocencia que esperaba por ti. Me bastó tan sólo tocarte eternamente para no dejar de sentirte, de quererte y amarte más todavía. Porque quererte se hizo vida en mi idilio. Porque amarte era parte de mí como el caudal de donde fluía mi sangre y estos versos que propago sobre el papel mojado.

Un encuentro sigiloso en mis defectos desmedraron bajo la manta gris y triste que atormentan hoy mis noches el azul de tus ojos, el carmín de tus labios y el cálido respiro que asentabas en mis hombros tristemente, inconsolable por tu partida en silencio.

Aquí sin ti muero de frío, de largas noches de inviernos, plagados de un itinerante silencio que bate alas desde el sillón donde te recuerdo sentada hasta la puerta por donde te desvaneces al despertar el día, y despierto a esta ardua realidad que me condena al casto amor que te había jurado eternamente.

Tanto había olvidado... La soledad entro triunfante nuevamente como jamás había temido; Escalofriante y porfiada, haciéndose presente como en aquellas noches en las que hiciste ha un lado el invierno que hoy arropa entre sus sábanas de frío incierto este cuerpo inerte y pasmado de delirios.

En la ausencia, en la triste y eminente ausencia de tu amor y la ávida sed de tus besos, condené eventualmente el pensamiento inesperado de tu fugaz y intrépida ausencia, antes de perdonar el exilio de tu recuerdo y asimilar con decoro medido y justo el raudal de incertidumbre que ibas dejando entre las lágrimas que se esparcian por el suelo mientras alzabas el vuelo hacia otro horizonte donde mis ojos ya no podrían verte y mis manos débiles y menguadas podían tocarte.

Cabe decir que aun respeto mi amor por ti, como la muerte respeta tal vez mi deseo por ella y estos versos clandestinos que desde aquel entonces de tu partida flotan por el mar del olvido hasta tus costas. En este ahora, en cada mañana en que despierto sumergido en la fantasía que forma entre sueños rotos tu vive imagen lloro. Lloro sobre la almohada donde no puedo atar para que no naufrague nuevamente el más exorbitante recuerdo que tuyo hiciste mio.

Y es aquí... es aquí la ausencia, la ausencia nuestra, el mar, los barcos de papel, los versos, lo vivido tus besos, mi candor, en la catarsis del desencuentro que no pensamos tener; el punto exacto de tu partida. El punto exacto de mi llegada y de mi muerte. En la espera de tu espera, de tu amor o de tu olvido.

O aquella que no tarda en llegar navegando lentamente en el viento con sus vestigios serenos, su ropaje y su hoz firmada con mi nombre o con el tuyo de encomienda ante mi perenne espera.


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