Desprendimiento




Así, como la nube gris sobre el firmamento se incorpora
bajo mis pestañas una borrasca de tristeza se asemeja.
La llovizna es el llanto divino del tiempo
sobre el páramo yermo del hastío.
Y así como aquella llovizna es mi llanto,
un centenal de estrellas que se desploma y gravita
sobre la huella que se incorpora en el pavimento árido,
rústico y sin alma.
El mar abarca todo el deseo del hombre
ensimismado en su proeza.
El barco a la deriva lleva a su lejano oriente
el rostro desmesurado por el sueño incumplido,
el salitre y el llanto extinto de la inepta soledad.
La verdad, es que del mar no tengo dudas.
Es tan profundo como éste abismo oriundo
que oscurece íntimamente mis ojos.
Y que todo aquel espacio que no respiro
a falta de ganas,
y una mujer que me desarme a su antojo
e involucre en mis partes legitimas
la pieza palpable e irritable de tabúes.
Cómo dudar ante tan frívolo mar,
inquietante y a su vez sereno en mi desventura.
Ahora que frente a su inmensidad y lejanía
despido el más vil recuerdo mio del pasado.
Y todo aquel dolor que se desprende de mis pupilas
y terminan agrietando su orilla fusilante
e inquebrantable por las olas.

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