IX
Epílogo de nuestro encuentro 
Las malas noticias traen consigo un silencio interminable
intacto y frío como las hojas de un árbol caído.
Así se hizo presente aquella mañana incomparable
Tu voz hundida en el más profundo silencio.
tus ojos, tu rostro completo, tu sonrisa
como recuerdos intactos llevo de aquel día.
No faltaron palabras ante aquel silencio que todo decía.
Me miraste fijamente,
me mediste y me pusiste a tu altura.
Ya había crecido lo suficiente, supongo.
Y sabías que estaba listo para el momento
 en la que tu partida se hizo presente como un capitulo más,
un instante en vida que habría de vivir
en algún periodo irrepetible.

Padre, las veces que he soñado contigo
a sido cuando menos te recuerdo.
Estás o no, intocable, lejano de la cruda realidad
en la que eres simplemente añicos en un sepulcro olvidado.
En el cual me miras y yo te escucho.
Hablo, mas mi voz no es escuchada donde te encuentro
y me es imposible tocarte.
Y admiro que no has envejecido en nada
desde aquella última vez en que nos encontramos
en este mismo lugar de siempre.
Mas yo parezco de tu edad o quizás más viejo
tal vez más que en aquel día en que naciste
para que yo naciera eternamente.
Fuiste valiente a terminar de crecer
ante tantos perjuicios y el epílogo del todo
para enseñarme todo aquello del camino.
Igual fuiste un egoísta y te moriste.
Decías que el universo era demasiado pequeño
y partiste para adelantarte a su encuentro.
¡Eras un cobarde, sabes!
preferiste la soledad antes de detenerte en el camino
te enardeciste en calma,
y en algunos momento de embriaguez
sin reparo me robaste las lágrimas que no había llorado
 hasta ahora que lo hago con tu recuerdo.
Tú muerto sumergido en aquel olvido
Yo vivo y extrañándote la existencia.
Así tenía que terminar nuestro encuentro, padre.
Así tenía que terminar nuestro encuentro
en  éste un más allá inexistente.

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